Gros coup de coeur, j'ai été surprise par cette plume totalement décomplexée.
Livie Hoemmel nous balade dans des univers différents sans pour autant nous perdre. Dans cette variante peu conventionnelle de l'histoire de ce jeu millénaire, les échecs, elle introduit des thèmes variés qui donne une âme, une consistance à son roman.
Affaire à suivre, le livre est signé par un pseudonyme (une anagramme). Alors pas de séances de dédicaces, je n'ai vu aucune pub, aucune communication de la part de son éditeur, dommage et étrange. Si vous avez des renseignements, merci de m'en faire part.
Un speech qui ne dévoile pas l'essentiel:
"1972, en pleine guerre froide un américain devient champion du monde d'échecs. Il met un terme à un hégémonie intellectuelle russe vieille de 24 ans. L'union soviétique pose un genoux à terre. Léonin Brejnev fait la promesse à tout son peuple de venger cet affront.
En 1975 le titre sera de nouveau en jeu. Il faut le récupérer coûte que coûte.Mais voilà, le représentant des États Unis,
Bobby Fischer, est le plus grand joueur de tous les temps, un artiste au sommet de son art. Personne ne veut l'affronter. Peu à peu l'évidence prend la forme d'une prophétie au sein du Kremlin. Nous ne pourrons pas lui ravir le titre en 1975.
La Russie n'a pas pour autant dit son dernier mot, et c'est après une découverte insolite qu'elle livrera bataille. de ce combat est née la définition du génie humain."
Livie hoemmel traite cette dernière partie, nous plongeons dans un thriller historique.
Nacido en 1927, mi padre siempre contaba que, de pequeño, en su pueblo de infancia, había a un señor francés que le llamaba "garçon" (muchacho) y con quien practicaba palabras en su idioma.
-̶ No sé cómo fue a recalar a ese poblado tan perdido del mundo y tan insignificante ̶ decía ̶ . Quizás venía huyendo de algún crimen y se estaba ocultando al igual que Papillón ̶ , hablaba de
Henri Charriére, famoso por haberse escapado de cárcel de la Isla del Diablo, infierno en la tierra en Sudamérica, por un crimen que siempre negó y vivió muchos años encubierto en la ciudad de Caracas, develando sus andanzas en un libro best seller mundial. En realidad, no estaba tan oculto, ya que regentaba un café en la vía pública donde se hacían las tertulias más importantes de la época, con artistas, poetas y políticos de renombre.
Casi cien años después, sucedió algo similar... conocí a
Livie Hoemmel, con quién entablé amistad coincidencialmente sin saber quién era, y del cual también deduje fantásticas indagaciones como si se ocultara de sí mismo, envuelto en un halo de vacíos tras el uso de múltiples nombres en su haber, sospechando nunca conocer el suyo verdadero. Solo sé que su esposa le llamaba con el hipocorístico que nunca usó el huraño y sordo pintor español.
Y es que ha sido de renombrados hombres el ocultamiento temporal, unos por excesos, otros por grandezas, la mayoría por humildad.
Neruda, el nobel chileno también lo hizo, ocultó su nombre tras seudónimos mientras enloquecía a las fuerzas de seguridad de su país natal, quienes le acecharon sin éxito alguno dada su inclinación por los postulados de Marx - Vladímir Ilích y que solo pudieron localizar su cuerpo inerte y fallecido cuando salía de su quinta La Chascona allá en el barrio de San Cristóbal, dando saltitos por los obstáculos de la puerta principal pues el poeta en sus manías marineras, había construido un dintel cual barcos para evitar el reflujo del agua imaginaria.
De Livie, se desconoce su secreto, quizás por su temor a ser monitoreado por las fuerzas de seguridad que en otrora defendiera su compatriota poeta, justo cuando Ukrania coquetea
ban con Europa y digería artillería por alimentos, unicamente por haber descifrado el secreto más grande de la
1 guerra fría: la caída de
Bobby Fisher, cuando ya la historia de Ramón Mercader se había hecho pública gracias al “Hombre que amaba a los perros” del cubano Padura. Su fábula o realidad que, quizás solo podrá ser desmentida por Leonid Brézhnev, versa sobre el caso del excéntrico ajedrecista argumentando que no perdió la razón, sino, le dieron un leve empujoncito para que tomara ese derrotero gracias a su insuperable genio.
Mas nadie sabe cómo llamar a Livie, digamos "mon ami" (mi amigo) o quizás "el viejo", para su tranquilidad.
Mon ami tendría una infancia acomodada ya que su padre, aparte de docente en matemáticas, ejercía de diplomático de carrera, por lo cual se intuye pudo proveer de un confort sin carencias, pero conjeturar su alumbramiento en el sur y justificar su doble maternidad, sigue siendo incongruente. Quizás secreta. Quizás prohibida. No se sabe. Lo que sí es evidente, es una relación de admiración padre-hijo, pues el centelleo de sus azulosas pupilas encendidas en fuego y el borde de sus párpados enrojecidos de emoción al citarlo, puede sea por un defecto ocular biológico o por un caudal de emociones contenidas. ¿Prudencia quizás? ¿Un génesis complejo? ¡Tal vez!
Lo que si es cierto son esas envidiables y largas estancias sabatinas «¿por qué sólo los sábados?» en jardines floreados de claveles, crisantemos y gladiolos propios de la latitud, recibiendo harta sombra de eucaliptos altos de tallos desnudos y sentados en una discreta mesa de hierro forjado con tope de cerámica partida, sobre el cual un tablero de ocho por ocho casillas de ajedrez, les conectaban en silencio tras largas horas de maquinaciones y cavilaciones para más tarde repasar las jugadas, Dama a E5 (Dxe5) o Caballo a D2 (Cd2), y una sarta de códigos que solo su complicidad comprendía, ¿Hablarían en galo o en castellano? No obstante, estos encuentros no se efectuaban en los Jardines de Luxemburgo, desde donde podían contemplar tanto la Orangerie como el majestuoso Panthéon, sino en un solar de clima templado libertado por Bernardo O'Higgins, mirando al rio Mapocho desde algún jardín de ¿Las Condes o de Vitacura? ¿Residiría por esas inmediaciones? ¿Vería transitar por sus inmediaciones a Salvador o a Augusto?
Sin embargo, esa infancia tendría otro derrotero inconexo con su habilidad numérica, el deporte. Posiblemente por su asidua estancia en clubes de
2 sociedad, en donde usualmente se deja a la descendencia cual guardería subrogada, se iniciaría en las lides del deporte blanco y es altamente probable que su habilidad matemática le permitiera triangular a velocidad prodigiosa, cálculos cinemáticos de lanzamiento de proyectiles, ángulos de contacto, choque de parábolas y top-spin con naturaleza tal, como cuando el futbolista
Lionel Messi gambetea con soltura y genialidad sin descifrar sus maneras.
Allí, demostró sobradas condiciones y fue creciendo e innovó en habilidades que le llevarían a los primeros puestos juveniles del mundo francófono y mundial, cuando aún no había salido de la pubertad, usando una Arthur Ashe Competition gris de grafito con transición en delta en el cuello, que comenzaba a desplazar la madera tradicional. No obstante, ser un atleta de alta competencia en Europa se ve muy bonito pero es una disciplina ardua, constante, demandante y casi asfixiante y con escaza probabilidad de alcanzar la cúspide, reto que estimó exigente y al colocar en la balanza ventajas y beneficios, evaluó baja su probabilidad, conformándose solo con estar entre los primeros diez del universo y saltar a profesional, un precio que no quería pagar pues conocía el infierno interno de pertenecer y subsistir a esa casta de ¿Privilegiados? ¿Afortunados? ¿Bendecidos por la naturaleza? Así, por las razones que fuere, se inclinó hacia los estudios como vía prudente para el sustento futuro y recalar planificando estrategias y marketing con matrices de Debilidades Oportunidades Fortalezas Amenazas (DOFA, en ingles SWOT), para un sosegado vivir.
Lograr sobresalir en un deporte mundial en juvenil es un mérito indiscutible, pero alcanzar habilidades mentales en un tablero de blancas y negras -no del piano, sino del ajedrez-, es otra cosa. Es curiosa. Es extraordinaria. Es abrumadora. Y llegar otra vez y en otra disciplina a la cúspide mundial y ranquearse a la par de Grandes Maestros y batirse en duelo con Zbynek Hracek bajo sus mismas reglas, por ser experto de la variante Botwinnik del gambito de dama, y recibir la burla de Anatóli (como llama él a Karpov), cuando susurró a su espalda un “te equivocaste” que escuchó, para luego disculparse ante una partida en principio perdida, pero luego ganada, eso se dice rápido pero es sencillamente increíble. Y más inconmensurable aún es que Mon ami, nos llama por nuestro nombre y hasta lo hace con cariño y gratitud, como si él fuera cualquier hijo de vecina de una discreta comunidad ocultando su público pasado. Su humildad es sin parangón pues poco comenta sus habilidades y las
3 oculta, cuando en realidad quizás se trate del dueño del circo, con carpa, payasos, leones y elefantes en propiedad, haciéndole sentir a la contraparte con discreta relevancia y cordialidad, sin reparar en que se está compartiendo el espacio vital con una trayectoria exitosamente comprobada, cuya estatura, no trata de superar a la de sus interlocutores ni les ensombrece.
Pero, las costumbres de juventud no se pierden y la necesidad del deporte, para extenuarse los músculos, liberar su conciencia, descargar su agresividad y sudar adrenalina tras golpes perfectos a velocidades inusitadas, pasando la bola suspirando sobre la red con rumbo a estrellarse en las cercanías del vidrio y repartir hostias en canchas de arena azul con cristales exteriores donde hasta permiten jugar con su rebote. Su juego es adaptativo y lanza golpes y gritos extenuantes, en ¡Ahhh! mortales, mientras las rodillas de Mon ami flexionan con dolor y arrepentimiento y sus abrazos de afecto, dejan un inolvidable olor de toneladas de analgésico tópico de calor/frío (Cofal), con un estilo Chanel No.5, dejando una estela al andar, por un exceso de exigencias deportivas cual boxeador que golpea el saco para olvidar y drenar. Nadie lo sabe, solo él.
Mon ami es un enigma, es una intriga curiosa y agradable, cortés, siempre colaborando a quien lo necesite. Dadivoso, compartiendo sus efectos y regalándolos con nobleza y sencillez, como si se estuviera despidiendo de la vida o dejando en cada uno trozos de él y de su corazón. Quizás, el enigma de querer decir, de querer hablar y de hacerlo a medias, por la prudente necesidad de callar, nadie lo sabe y tampoco lo cuenta.
Quizás, su destino sea pintarlo como el ya referido español
Francisco de Goya, que luego de inmortalizar en lienzos los desastres de la guerra, fue a morir lejos de su patria y los lujos y boato de las estancias de Reyes y Reinas de la corte, para morir en el anonimato y ser cargado el féretro por su chocolatero amigo, nadie lo sabe, tampoco él, aunque anticipe movimientos por raciocinio.
¿Qué quién es
Livie Hoemmel? ¡No lo sé! ¡Quizás sea yo! que me estoy escondiendo y renegando de mi país perdido, con nombre de mujer y la última letra del alfabeto. En todo caso, puedo decir que le conocí y nunca le descifré.