Una bola de lágrimas me tapió la garganta. Hay amores que no mueren nunca. Recordé las palabras de Violette en el invernadero, solo unos días antes: «El amor verdadero se reconoce en la piel y en los huesos. Es el que hace que todos los demás empequeñezcan a su lado».
Vera: Siento decírtelo así, tan crudamente, pero me parecía apropiado que nuestra relación terminase cómo comenzó: con un sorbo de Cristal Rosé. Me marcho. He conocido a alguien. Creo que sabes a quién me refiero. Hemos pasado unos años magníficos, ¿verdad? Siempre nos quedará eso. No llores, Vera. Brinda con Cristal Rosé por nuestros recuerdos y no me guardes rencor. Eric.
Me quedé paralizada. Me sentía como si alguien me hubiese dado cuerda como a un muñeco mecánico y mi cabeza giraba y giraba. ¿De verdad se había atrevido Eric a hacer algo así, a romper conmigo a través de una carta y una botella de champagne? ¿Hasta qué punto llegaba su arrogancia?
Nada mejor que un amor desesperado para que un buen plan se vaya al traste. Por amor, Uwe Vogel traicionó a su padre y le entregó la llave a la joven que luchaba en el bando enemigo. Con ese acto, sin saberlo, se salvó a sí mismo. Por amor, Guillaume Luc perdió la cabeza y lanzó una granada sobre Épivers, arruinándolo todo. Por amor y por despecho, Violette Aubier dejó el dibujo de Claire donde los alemanes pudiesen verlo. En todos los planes hay fisuras. Y las de este, más que leves rajas eran profundos abismos en los que el odio y el amor brotaban salvajes, enroscados en sí mismos.
«Cambiar de bando por amor». Jamás me había parado a pensar en que era eso lo que había hecho mi abuelo. Ensimismada en mi propia vida llena de problemas, nunca había mostrado interés por el pasado de mi familia
Fruncí el ceño, confusa. Sabía que la guerra los había sorprendido a ambos en plena juventud y que su historia de amor había sido insólita: Uwe Vogel, el hijo de un comandante nazi, y Margot Aubier, una campesina francesa, se habían enamorado en la Francia ocupada por los nazis. Digno de un guion de Hollywood. Sin embargo, ellos siempre se mostraban esquivos al hablar de esa época y los pocos datos que tenía me habían llegado con cuentagotas, casi con reticencia. No podía imaginar qué parte de su historia podía interesarle a esa periodista.
Me sentía intrigada por él, fascinada por su historia de amor con mi abuela, por aquel hilo dorado que ahora enredaba mis ideas. ¿Cómo sería amar tanto a alguien en tiempos de guerra, saber que podrías perderlo en cualquier momento?